lunes, 16 de junio de 2008

LA REELECION DEL PARACO DE URIBE ES UNA FARSA ANTIDEMOCRATICA.

¿ QUE PASA EN COLOMBIA?


COMO CONSECUENCIA DE QUE NO TENEMOS COMO ESCUCHAR LA VERDAD A TRAVES DE LOS MEDIO DE COMUNICACION NACIONAL, DESDE AQUI LA ACUQ GENERANDO IMFORMACION REAL, PARA TODOS LOS COLINOS DE COLOMBIA Y EL MUNDO.

LA REELECCIÓN ES ANTIDEMOCRÁTICA


Por Omar Herrera Ariza

(Profesor de Teoría General del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes)

Tal como decía Aristóteles (Política, III, 3), "…se aferran a los cargos públicos como si estuvieran afectados de una enfermedad que sólo pudiera curarse con su continuidad en el poder".

De la mano de unas pintorescas manifestaciones de la presidenta del senado al periodista Yamit Amat, en las que atribuyó al radicalismo de la oposición una tercera postulación de Uribe, una vez más el fantasma de la reelección presidencial reapareció para agitar las nunca tranquilas aguas de la política nacional, y, por supuesto, para generar reflexiones y análisis sobre su conveniencia o inconveniencia, sus relaciones con la democracia, su capacidad para generar estabilidad o, al contrario, para desinstitucionalizar.

Lo primero que se me ocurre al respecto tiene que ver con el fenómeno del poder y su tendencia inmanente a la concentración, a perpetuarse y al desbordamiento.

Parece ser de su naturaleza el que los mecanismos del poder terminen por dominar incluso a sus detentadores para imponerles una particular visión del mundo social en virtud de la cual terminan por creerse indispensables: el mundo, la sociedad, no pueden existir sin ellos; los problemas se tornan indomeñables si la "inteligencia superior" del predestinado decide abandonar las que cree sus indelegables responsabilidades; el ejercicio del poder se convierte en un imperativo irresistible, una adicción que, como todas las adicciones, expresa una patología, y quien la padece se siente lúcido y prepotente, generoso y perdonavidas.

Para evitar los dolores y molestias del síndrome de abstinencia derivado de permitir relevos y alternancias, es preciso concentrar el poder, evitar las fastidiosas interferencias de los poderes de otros buscando, en cambio, que éstos claudiquen y terminen por obedecer.

Ese afán por concentrar, por contar con todos los mecanismos que permitan controlar y decidir la vida de los demás, constituye, a mi juicio, una expresión sublimada de recónditos complejos anidados en la vida interior y en el pasado atormentado de quien padeció el autoritarismo del padre, las vejaciones del maestro u otras circunstancias adversas generadoras de sentimientos de inferioridad.

La patología del poder resulta insatisfecha con su mera concentración; es preciso, además, garantizar la prolongación en el tiempo; perpetuarse se convierte en objetivo irrenunciable porque además es menester garantizar la impunidad; en esa búsqueda de perdurabilidad aflora el deseo inconciente de vencer a la muerte, de superar la flaqueza de la condición humana.

Tal como decía Aristóteles (Política, III, 3), "…se aferran a los cargos públicos como si estuvieran afectados de una enfermedad que sólo pudiera curarse con su continuidad en el poder".

Esa la razón por la cual la figura del dictador que voluntariamente decida jubilarse, o del autócrata que sin mediar presión admita dar un paso al costado, sea en extremo extraña a la naturaleza del poder y poco frecuente en la historia de la humanidad.

En la comprensión de este fenómeno no es suficiente con reconocer su tendencia a la concentración y a la perpetuación. El poder, en cuanto facultad de lograr el sometimiento de las vidas, los intereses y los deseos de los otros, reclama la ausencia de límites, exige la negación de cualquier forma de control y por ello termina por desbordarse avasallando de paso los derechos de quienes le están sometidos.

Esas características inmanentes del poder explican la historia de los pueblos como la constante lucha por lograr instrumentos eficaces de contención y de control, pues la experiencia enseña que nada hay más peligroso para la convivencia ciudadana y la estabilidad social que la concentración, la perpetuación y la ausencia de límites al poder político, el que no solo satisface las exigencias de la adicción patológica, sino que, peor aún, expresa a menudo los intereses de quienes concentran las riquezas en perjuicio de los excluidos del festín de la economía.

La sabiduría de los griegos, tan rica en enseñanzas para vivir una buena vida, les permitió descubrir la esencia y la naturaleza del fenómeno y a partir de tal conocimiento formular los antídotos correspondientes.

El primero y más radical de ellos: la democracia entendida como una propuesta ética para la buena vida colectiva, en la que la sociedad se organiza y se orienta en el sentido de procurar la autonomía de todos sus miembros y en donde la libertad individual se hace efectiva en la participación constante y activa en el poder colectivo.

De los griegos sigue vigente la concepción del poder como tragedia, cuya expresión máxima es la tiranía, el mal poder, la tendencia hacia el abuso y la prepotencia, cuyo exorcismo se intenta con el ejercicio del poder de todos, de la democracia como negación de privilegios de cuna, de linaje o de dinero; democracia como afirmación de la sabiduría popular y de la condición soberana del pueblo; como convicción de que los pobres tienen tanto la capacidad como el derecho para decidir sus destinos y que en la búsqueda de la igualdad de posibilidades radica la eticidad de la acción política; democracia como búsqueda de igual libertad para que cada uno de los individuos esté en condiciones de desarrollar sus propias capacidades; democracia como superación de la falsa oposición individuo/ sociedad pues aquél solo es en cuanto ser social, vale decir, en sus interrelaciones sociales, y ésta sin aquel es mera entelequia.

Sigue vigente, también, el concepto de rendición de cuentas, pues las mayorías gobernantes no son infalibles y deben, por ello, someter sus actos al escrutinio colectivo, otorgando reconocimiento y respeto por los derechos de las minorías.

Invocar, entonces, a la democracia y a su pretendida "madurez" como argumento para justificar las pretensiones reeleccionistas constituye, a mi juicio un grave error conceptual.

La Atenas del periodo clásico se constituyó bajo formas organizativas en las que la reelección y demás mecanismos conducentes a la prolongación del ejercicio del mando estaban proscritos: la isocracia, es decir, el deber y el derecho de cada uno de los ciudadanos a participar en el gobierno de la polis, y la isonomía, o igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, se constituyeron en principios fundantes de la democracia griega que evitaban, de entrada, la posibilidad de que alguien, por importante que fuera, pretendiera acumular el poder, perpetuarse en su ejercicio y colocarse por encima de la sociedad.

En demostración del antagonismo que los griegos asignaron a su concepción de democracia con el poder concentrado y perpetuo, baste con recordar la institucionalización del sorteo, ocurrida desde Pericles, como mecanismo garantizador de la igualdad y en virtud del cual, en lugar de procedimientos electivos, se confiaba al azar la provisión de las magistraturas; o que por la misma época se estatuyó que los puestos públicos fueran ocupados por periodos cortos en forma tal que cualquier ciudadano tuviera la posibilidad real de ejercer responsabilidades públicas por lo menos una vez en su vida; o el ostracismo, que existía desde Clístenes, instituto que permitía a la Asamblea, con un mínimo de seis mil ciudadanos, examinar si alguna personalidad por su prestigio constituía amenaza que justificara su destierro.

Nada, pues, mas contrario a la idea de democracia, en el sentido practicado por los griegos, que la pretensión de perpetuarse en el poder.

Podría argumentarse, y de hecho así proceden los epígonos del presidente, que la aspiración reeleccionista encuentra justificación en otra noción de democracia: aquella que se califica como "liberal" y que define como democrático al régimen político en el que mediante elecciones periódicas, con respeto por un conjunto de normas preestablecidas, el pueblo establece quién y cómo han de tomarse las decisiones que afectan a toda la colectividad. Conforme a esta concepción, será suficiente con que las mayorías ciudadanas expresen su conformidad para que el mandatario electo o reelecto se repute legítimo y democrático.

Pero la argumentación, amén de reduccionista en cuanto establece la falsa sinonimia entre democracia y elecciones, desconoce el cuerpo conceptual y teórico del liberalismo invocado y, lo que es peor, conduce a la negación de sus principios.

En efecto, con abstracción de aquellas circunstancias concretas mediante las cuales se logró la modificación de un "articulito" de la constitución, e ignorando deliberadamente los turbios manejos con los que en el pasado se obtuvo que alguna parlamentaria modificara sus convicciones, el hecho cierto es que el pensamiento liberal, desde que acompañó e iluminó la insurgencia de la burguesía revolucionaria en los siglos XVII y XVIII, pasando por sus momentos estelares con la promulgación de la Constitución Norteamericana y la Revolución Francesa, y llegando hasta nuestros días, se caracteriza por su constante lucha contra la arbitrariedad y el absolutismo.

De la esencia de la concepción liberal es la constante búsqueda de formas de gobierno asentadas en la idea del contrato, con mecanismos de control, separación de los poderes, reconocimiento de la preeminencia del individuo, y sistema de pesos y contrapesos.

La reelección presidencial inmediata, como lo demuestra la reciente experiencia colombiana, tiene consecuencias contrarias a los ideales de la concepción liberal: el sistema de pesos y contrapesos desaparece; la separación de poderes se atenúa significativamente; los mecanismos de control se tornan ineficaces. La integración de instituciones tales como las Altas Cortes, la Junta Directiva del Banco de la República, el propio Congreso, quedan en las manos omnipotentes del reelegido presidente.

No se invoque, pues, a la democracia en ninguna de sus expresiones como respaldo al embeleco reeleccionista.

Si de lo que se trata es de instaurar y de consolidar per saecula saeculorum un régimen bonapartista, búsquese otra justificación pero no se incurra en la pretensión de convertir el civilista concepto de democracia en sucio trapo para cubrir las vergüenzas de las patológicas adicciones al poder.

LA INVITACION DESDE LA UNIVERSIDAD DEL QUINDIO, ES PARA QUE SE ASTENGAN DE FIRMAR, LA SENTENCIA DE MUERTE QUE ES LA REELECCION PARA LA EDUCACION PUBLICA COLOMBIANA, Y A QUE CUESTIONEN CON ARGUMENTOS CLAROS Y RESPETO, A LOS ADOLECENTES QUE ANDAN BUSCANDO UN PESO PARA SOBREVIVIR "COMO TODOS EN COLOMBIA", TRABAJANDO EN LA CALLE COMO RECOLECTORES DE FIRMAS QUE BUSCAN FORTALECER EL DESCALABRO, EL CUAL SI NO DETENEMOS AHORA, PUEDE CONDUCIR A LA LEGITIMACION POR CUATRO AÑOS MAS, DEL REGIMEN MAFIOSO QUE NOS GOBIERNA Y NOS REGALA EN LA ACTUALIDAD.